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Foto del escritorRevista Adynata

Como se lleva a un niño / Liliana Lukin

Actualizado: 12 nov 2020

Como se lleva a un niño es un libro de poemas sobre lo que he dado en llamar “su ausencia en mí”. Escrito entre enero de 2018 y setiembre de 2020, año de la pandemia, no es, como se podía leer en el anterior, Ensayo sobre la piel, un diario del dolor y la compasión de acompañar en la enfermedad al hermano, sino un diario del duelo por el compañero perdido por la enfermedad. La diferencia esencial, siendo ambos libros sobre el amor, es que Ensayo sobre la piel transita, poema a poema, en tiempo presente, los acontecimientos que llevan a un final, en cambio, Como se lleva a un niño es un libro que empieza cuando el final ha sucedido.

El primer poema, sin embargo, es una “lieson” entre ambos libros: escrito dos meses antes de que el final de mi compañero sucediera, en marzo de 2018, es un texto que religa ambos mundos, porque ambos mundos son el mismo mundo, donde una “poética de la experiencia” habla de la continuidad de los finales.

Este oxímoron es mi escritura, signada por la necesidad de transformar tanto el placer como el sufrimiento en una palabra que dé alegría, en una palabra que sufra.

El título del libro, enigmático tal vez, proviene de una cita de Derrida, en Aprender por fin a vivir, la última entrevista. Hace referencia al diálogo interrumpido con su amigo Gadamer, donde, sobre un poema de Celan, dicen: “…hay que llevar el duelo como se lleva a un niño”.

Escribir, inscribir el duelo, rodearse de ideas sobre la pérdida, abrigarse en lo perdido, escarbar, estar al acecho de imagen y recuerdo, dar testimonio del trabajo con las emociones, inventar modos de decir y pensar la pasión primera: vivir.

Presento más abajo una selección de fragmentos del libro como anticipo para Adynata.



8

Lo que no se parte en dos no estaba

entero en sus mitades,

lo que no aparece como restos, rémoras,

rezagos, es porque no estuvo en el mirar

invento, ¿invento?

Es como si en cualquier momento

fuera a llegar, o estuviera por venir,

por tener el alta y volver, sin pensar

en imagen ni matiz, él vendría.

Siento el eco y creo ver, escucho una imagen

y creo sentir, ni voz ni luz, nunca su voz, nunca,

escenas, escenografías, instantáneas

del archivo del amor que se volvió visual,

oral y pensativo, nunca su voz, no táctil, no ya

oloroso, el perfume terminado,

un mensaje en el grabador del teléfono deja

oir su te amo, mi te amo.

¿Quién habla ahí, quién escribió,

quién dijo lo que leo y repito sin sonido?

ardo de lo mismo que me hiela, deambulo

entre lo que aturde, fingiendo movimiento

y dirección, de acá para allá, sin pies ni cabeza, a pura

rememoración sorda, ciega, muda,

rodeada de muebles y objetos

que me nombran, sin voz, sin vos.

11-2018

9

La felicidad siempre deja huellas en este mundo.

Pascal Quignard

Manto de la virgen se llama su caída, florcitas liláceas

entre hojas pequeñas, claras, que cuelgan

sobre el aire, los vidrios, la luz que no veo

del atardecer, arriba.

Subo a regar de noche, tardísimo,

y de día veo el relato del agua.

El me traía ramos de devoción: rosas, astromelias,

amarilis blancas, lilium, me traía su cuerpo

envuelto en papel de seda que yo deshacía

con los dientes.

Sus flores y mi jardín nocturno eran mundos separados,

mundos mundos de música exquisita

con la que me rodeaba, protegiéndonos de la lluvia

y de la muerte.

10

Cada vez que hablo de la muerte me quedo

sin voz, sin palabras me quedo, afónica

otra vez y otra vez y otra vez.

Así hasta que estoy llena, plena, de vacío.

Cada vez que hablo de tu muerte

te trago en un hilo de aire, me ahogo de ese saber inconsútil,

constructivo de un consuelo inútil como el olvido.

“Digan lo que digan, yo sé”, decía él, y esas voces

que vuelven de modo aleatorio no hacen

menos amable lo que fue su vida.

Me visto con sus camisas como si lo llevara puesto,

mi doble, superpuesta piel, y eso me da alegría.

Me desvisto de todo, uso el despojador de vidrio y tiro

anillos, aros, mi consistencia metálica, casi mis prótesis: desnuda

me envuelvo con su bata, me siento a trabajar,

me quedo quieta, quieta, en él, con él,

y aunque estoy en este mundo, el adjetivo no es “mío”,

ni el verbo es “soy”, ni el pronombre es “yo”.

17

Cada uno en sus pies, dijo ella, y así era como íbamos,

las más de las veces enlazados, él caminaba

como danzando sobre el agua y yo sobre la tierra

trazaba nuestros pasos sin descanso.

El fuego era el aire: a veces no respirábamos y a veces sólo

respirábamos. Que buen vivir hubo para nosotros sobre este mundo

¿verdad? Entre el humo y los trazos, acosados

por el deseo y la obligación.

Qué estrecha forma de estar envueltos en el otro,

amarrados al viento, como Ulises, oyendo al viento crecer

en las criaturas, y en tanto, hacer y hacer trabajos,

y tener nuestros cuerpos en estado de gracia.

18

Él no me piensa ya, está dicho,

y para siempre, yo seré su pensativa.

“Siempre” es Una cuestión de énfasis,

la duración no tiene más que espacio:

donde una piedra en el camino

me haga sentir el camino, recordaré

sus pies, y así cada cosa

brillará por su ausencia.

No hay en esto más que la sombra

de Una vida divina apoyada en la mesa de luz:

veo una marca de polvo en el vidrio negro de la tapa,

y no lo limpio. Abro este cuaderno

y escribo la carta

que no recibirá.

19

Es así: reconforta escribir sentimientos para nadie

que pueda responder, con tinta negra abrir un blanco,

provocar al silencio, permanecer ahí, evocar lo que antes

habitaba eso que llamamos existencia

escuchar El sonido y la furia como en un campo de prueba

donde las detonaciones hacían sonar el péndulo de bronce

del reloj que no quise conservar: un diapasón como música atonal

para el ojo que ya no me ve.

8-19

21

Yo voy, estuve, vi, decidí pensar y mi pensamiento

viajó, lejos no supe hablar, materia de mis ojos

esparcida en círculos habla de vos:

traída por el amor estoy.

Amparar, eso me pedía, que fuera la memoria

externa del sistema, eso que como una caricia

provee el descanso, la orilla

de lo recíproco no pronunciado.

Pudo haber habido más de cada cosa, siempre

puede haber más, y aunque dábamos el cuerpo entero,

imposible de medir la intimidad se derramaba

insuficiente, simple y cambiante.

Intenso como una prueba de verdad, el tiempo,

el tiempo da su sonido, y ahora es un sustituto del amor

porque es en la marea del pasado

que nos pertenece.

23

Releo una carta, encuentros feroces con cartas

donde narraba el fin de esos días aún cercanos a alguien lejano.

El relato se me revela como si fuera de otra, me devuelve

al lugar con detalles escabrosos pero limpios de dramatismo.

Y yo releo, absorta entre la letra y los hechos, abierta en dos,

cortada justo al medio de lo que fue su vida.

25

El dolor de hoy es parte de la felicidad de entonces.

Hay días sin vos, espacios saturados de acciones y palabras atendidas

en los que nada pasado reaparece:

y de pronto, como una aguja entrando en una piel, aparece

el miedo a perder, aún más que la pérdida, su recordación.

26

Vivir en estado de búsqueda, lujosa

en medio de las urgencias, gasto palabras

en los huecos de la extenuación, dilapido mi lengua,

la lengua amada que en mi boca dejó huella:

dilapido la huella como una granada,

pequeños granos, moradas del jugo, palabras.

Los que no se acercan al dolor es

porque no tienen curiosidad.

28

Incandescencia entre mis dedos al destello

de lo que no puedo soportar, cuando quema

un nuevo pensamiento que no esperaba: lo que cubre

mis ojos baña el cuerpo de la historia donde estás, siempre.

Testigo ausente, convocado y sutil, adoro recordarte,

aunque de meteoro en meteoro no podríamos tocarnos

ni la punta de los dedos

con que escribo.

31

Me dicen que no hay,

en mi escritura,

redención

desplazo la melancolía

como si fuera

un valor degradado

yo hablo en la lengua

para la que el futuro

está detrás y el pasado delante:

en la sintaxis, el concepto, la gramática,

esa lengua que no aprendí

habla por mí.

Las frases en cursiva corresponden a:

Poema 8:

Poema de Descomposición, libro de la autora

Poema de El Libro del Buen Amor, libro de la autora

Poema 9:

De un libro de Pascal Quignard

Poema 17:

Poema de Cartas, libro de la autora

Poema 18:

Título de un libro de Susan Sontag

Título de un libro de Philipe Sollers

Poema 19:

Título de un libro de William Faulkner

Poema 25:

De Una pena observada, de C.S.Lewis

Poema 31:

En la estructura del idioma hebreo bíblico, no existe la diferencia tajante entre el tiempo pasado, presente y futuro. Ambos viven en la radical temporalidad de la unidad del instante del ya y el aún.

Completamente distinto a la noción temporal de las lenguas indo europeas.

El presente no es una dimensión más del tiempo sino el ámbito donde acontece, en el enlace entre pasado y futuro. El futuro en hebreo cobija en sí los otros tiempos.

El verbo hebreo indica si la acción está completa o incompleta, utilizando el modo perfecto y el imperfecto. El perfecto es acción completa (el ya) y el imperfecto es acción incompleta (el aún).

En la estructura semántica de las lenguas semíticas el acontecer tiene prioridad sobre el ser.

Y el decir (no lo dicho) proviene de su acontecer, no de su carácter linguístico.

El decir acontece en el instante cuya temporalidad insta hacia la unidad del ya y el n. En los Salmos y en el Cantar de los Cantares, el tiempo esta absuelto del pasado y del futuro.

(Leonardo Senkman dixit)


Tapa del libro: "Los escritos de la guerra" de Infantería, pintura digital de Gustavo Schwartz, Wolkowicz Editores, 2020

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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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